DETRAS DE LAS PAREDES


Las internas del Hospital Psiquiátrico Moyano son un segmento olvidado de la sociedad. La deteriorada infraestructura, la mínima atención brindada por el personal médico, las vastas hectáreas sin control y los pabellones-cárceles que las agrupan sin ningún criterio constituyen algunos de los motivos por los cuales estas mujeres están cada vez más aisladas del resto de la sociedad, encerradas por años con mínimas posibilidades de recuperación y reinserción.

Por Sabrina Díaz Virzi

Muy cerca de la entrada, un grupo de mujeres toma sol en el pasto. Están vestidas de pies a cabeza y casi inmóviles. No hay lona a cuadritos, ni mate caliente. Un poco más atrás, después de algunos árboles frondosos y uno de los innumerables caminitos de asfalto que atraviesan el predio parquizado, unas cinco jóvenes duermen en una almohada de troncos secos. Una señora de pelo corto algo despeinado y camisa ancha color azul descolorido pide cigarrillos. O unas monedas para comprarlos en la despensa que funciona como el centro social del lugar. Tiene unos cincuenta años y hace veinte que está allí. Caminando a paso corto y al ras del suelo, varias mujeres bajan las escaleras de uno de los pabellones ubicados en las 17 hectáreas que ocupa el Hospital Psiquiátrico Braulio Moyano en el barrio de Barracas.
Por la oficina de entrada cualquier persona ingresa sin la necesidad de ser identifi
cada. Pero las casi 1500 mujeres están allí presas de la institucionalización: ya sea por la mínima seguridad que sólo controla que las internas permanezcan en el hospital, como por su diagnóstico, extendido en el tiempo casi sin variación. Los médicos de cabecera, los psiquiatras y los psicólogos rotan regularmente, lo que impide un seguimiento de la evolución de las pacientes y hace muy difícil que éstas logren el alta.
Las mujeres “depositadas” allí sufren patologías diferentes con niveles de gravedad extremadamente variables pero el criterio que las agrupa en cada pabellón es nulo, es decir, no existe criterio. Los únicos pabellones diferenciados son los que pertenecen a agudos y a adultos mayores, que son los únicos que tienen derecho a un pequeño armario con candado para guardar sus pertenencias. El resto, las guarda debajo de la cama, en habitaciones enormes parecidas a las que se ven en películas de guerra: techos altísimos, camas de hierro pegadas una a la otra, falta de limpieza. Durante el día, estas salas son cerradas con llave para que las internas no puedan dormir. Y se van al sol, sedadas por los tratamientos masivos que les son aplicados a todas con una escasísima política de control: para todas los mismos medicamentos antiguos y baratos que provocan efectos secundarios que las drogas más nuevas ya evitan, pero “son caras”, responderán las autoridades.
Estas personas se encuentran “almacenadas” en el hospital, olvidadas y, producto de esta reclusión, sumado a que muchas de ellas son abandonadas por su propia familia, pierden cada vez más el contacto con el exterior. La lógica social comienza a transformarse en una lógica institucional, que deriva en un círculo vicioso del cual resultará imposible desprenderse (¿por qué las internas no deberían “creerse” su rol de “locas” si todos –médicos, enfermeras, otras pacientes- así las tratan?). Esos pabellones y ese parque son su pequeña ciudad y, además de las pocas visitas, el contacto con el afuera puede incluir a “la chica que escucha la radio” (porque tiene radio), alguno de los televisores de los comedores o un grupo de estudiantes universitarias de la UBA que realiza tareas de voluntariado en alfabetización y recuperación de la lecto-escritura. “La pérdida de autoestima, la inestabilidad emocional y las humillaciones sufridas son barreras para el aprendizaje y, al mismo tiempo, consecuencias de la práctica institucional”, cuenta Bárbara, una de las voluntarias. Desde principios de 2006, estas chicas, “las seños”, realizan las actividades cada sábado por la mañana en el galpón conocido como Club Bonanza, intentando generar un contacto con el exterior a través del trabajo con diarios, cartas a/de familiares o una revista que saldrá próximamente.
Las perspectivas de que en el corto o mediano plazo este sistema se modifique estructuralmente son mínimas. Sin embargo, resulta necesario y urgente que estas mujeres -y sus vecinos varones del Borda- entren ya en la agenda de los gobernantes electos, para que comiencen a recibir una atención adecuada y digna, para que no se conviertan en el cuarto oscuro al que no queremos ni nos animamos a entrar.

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