LOBO SUELTO, CORDERO ATADO


¿Es el hombre violento por naturaleza? ¿Es la sociedad violenta con sus miembros? Estas son algunos de los dilemas morales que plantea La Naranja Mecánica. Dirigida por Stanley Kubrick, el film constituye una de las mejores críticas al paradigma de la psicología conductista.

Por Agustín Zeoli


Quizás suene exagerado pero la obra maestra de Kubrick tiene los méritos suficientes como para hacer honor a tal categorización. Basada en un libro de Antonie Burgess, la película construye una metáfora sobre el rol que tienen las instituciones de control en las sociedades modernas. Uno de las temáticas trata, principalmente, acerca de la libertad del individuo contrapuesta al bien del colectivo, o más bien se plantea como hasta qué punto es legítimo que una sociedad, a través de sus representantes, destruya al individuo en función del interés general.

Alex, fanático de la violencia, el sexo y la música de Beethoven es traicionado por su grupo de drugos (amigos) y es encarcelado por homicidio. La única manera de salir de prisión antes de cumplir toda su condena es sometiéndose a un tratamiento “antiviolencia” llamado experimento Ludovico. Sin embargo, las consecuencias que sufre el protagonista al término del tratamiento muestran hasta que punto es posible considerar la problemática de la violencia individual desde una sanción de una ley hasta un plan de prevención de posibles delitos (Spielberg en “Minoriti Report” esboza un tímido bosquejo al respecto, a propósito, ¿el plan incluye a los ladrones de guante “blanco”?).

Desde un punto de vista, La Naranja Mecánica puede tomarse como una película que mezcla elementos de ciencia ficción, suspenso y drama. Observando con más detenimiento, es un film que reflexiona sobre la violencia inherente al ser humano, como así también las reglas que moldean una sociedad. La hipocresía del sistema político que especula constamente tratando de convencer a Alex que puede ser reinsertado socialmente, como si nada le hubiese sucedido, es puesta de manifiesto a lo largo de 137 minutos.

La basura debajo de la alfombra. Cualquier coincidencia con nuestra realidad cotidiana no es mera casualidad.

Los discursos apologéticos de mano dura que pregonan oscuros personajes (que el sensacionalismo mediático propaga a través del fundamentalismo del sentido común) quieren convencernos que la tan mentada inseguridad se soluciona con “saturar de policías” las calles. Pero saben que la raíz de la violencia radica en los planes económicos que ellos mismos se encargaron de pergeñar. Luego de ver La Naranja Mecánica, es útil preguntarse si todavía es posible pensar en un disciplinamiento social vinculado a un espacio cerrado (Cárcel, Fábrica) o con el advenimiento de lo que muchos historiadores llaman sociedades postindustriales, el sometimiento se da “al aire libre”, es decir, a través de mecanismos vinculados al consumo.

Es absurdo permanecer impasible frente a la transformación que sufre Alex a lo largo de la película, pero sería un pecado mayor pretender hacerse el distraído cuando lo que está en juego son los cimientos de la propia sociedad. Hasta qué punto Alex y sus amigos son libres. Es uno de los interrogantes pendientes.

En un país en el que es moneda corriente abandonar a sus integrantes a la deriva y donde los grupos estigmatizados reivindican su exclusión como su signo de identidad, los discursos que alientan el darwinismo y fomentan una caza de brujas contra todo aquel que busca alterar la pax social, no hacen más que juzgar que muchos jóvenes ya tienen su condena, son los que ya están muertos vivos.

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