REMINISCENCIAS DE UNA COTIDIANA CIUDAD MILENARIA


Plagada de misterios y leyendas, en las sierras del sur de Perú se asienta la ciudad de Cusco. Retratos de una cultura que perdura en sus costumbres y tradiciones.


Por Juan Manuel Giraldez

Se abren senderos que develan tesoros ocultos, voces que emergen desde la oscuridad, paisajes que dibujan sus marcas imborrables en la memoria. De modo casi imperceptible uno transita sobre la historia, f
undiéndose en la inmensidad de los escenarios, contemplando aquello que lo rodea. Todo parece girar alrededor de este lugar que cautiva a quienes deciden sumergirse en sus entrañas. Los Incas, sus originales fundadores, consideraron a estas tierras como el ombligo del mundo. Creían que allí confluían el mundo inferior con el mundo visible y el superior. Mucho tiempo transcurrió desde entonces. Sin embargo aún hoy Cusco se alza imponente y allí se alumbra un pasado que sigue vivo y se manifiesta latente en cada uno de sus rincones.
Desde la terminal de micros y sus alrededores se asoman unos cuantos cusqueños que se disputan futuros clientes dispuestos a ofrecerles hospedaje. Ninguno quiere resignarse a quedar con las manos vacías. Sus cuerpos se enciman uno sobre otro, sus voces se condensan en un bullicio indescifrable, cada uno procura imponerse y así encontrar una decisión favorable en el recién llegado. Todo vale para lograr atraer a sus presas y quedarse con el premio tan buscado.
Adentrarse en el co
razón de la ciudad es como atravesar un portal para navegar en épocas de antaño: se mezclan y se enredan construcciones incaicas y edificaciones coloniales con sus balcones y colores vívidos, y entre ellos se asoman los cerros que parecen dibujarse en un cuadro. Las paredes de Cusco todavía mantienen parte de las piedras estratégicamente talladas por los Incas y sus calles empedradas y angostas, que se elevan y se hunden, esconden un misticismo que invita a recorrerlas detenidamente.
Los Incas le habrían dado a la ciudad, la forma de un puma, animal divino y símbolo de la fuerza y el poder. Todas las habilidades y sabidurías de este pueblo pueden resumirse en la fortaleza de Saqsaywaman, considerada la cabeza del puma. Cada roca encaja a la perfección para dar vida a murallas infranqueables diseñadas en zigzag con el objetivo de hacer frente a los sismos. Aquí los verdaderos dueños del lugar combatieron a los invasores. Por sus muros, mezclándose con el viento, todavía parece retumbar el eco de los gritos guerreros de aquella resistencia.
En el centro de Cusco,
todo resulta desembocar en la Plaza de Armas, la cual representa el corazón del puma mitológico. Allí fue ejecutado Tupac Amaru, cacique que llevó adelante una tenaz rebelión anti colonialista. Sus cuatro extremidades fueron atadas al mismo número de caballos para descuartizarlo pero su cuerpo permaneció intacto y tuvo que ser decapitado. Hoy la plaza funciona como un punto de encuentro para los habitantes del lugar y a su alrededor se emplaza la Catedral de Cusco. Construida por los españoles con mano de obra indígena, en su interior se vislumbran huellas de una resistencia oculta. Las vírgenes pintadas en sus paredes fueron delineadas con forma de montaña, elemento adorado por los Incas, para mantener los valores aborígenes en medio de la feroz evangelización proveniente del exterior.
Frente a la Plaza de Armas nace Procuradores, una peatonal que alberga una sucesión interminable de negocio
s que ofrecen todo tipo de productos y servicios, en su mayoría locales de comida. Sus dueños permanecen fuera de sus comercios para inundar la peatonal con invitaciones a todo aquel que la atraviese. Repleto de contrastes, por el centro de Cusco desfilan pequeños que adaptan sus saberes para atraer a los turistas, cholas que caminan junto a llamas recién nacidas y se alternan locales que durante el día funcionan como cine y a la noche se disfrazan de boliches.
A unas cuadras del centro se despliega el Mercado Central en el que se alojan sabores y olores tradicionales del lugar. En él, se pueden conseguir una infinidad de alimentos que van desde patas de gallina
y chancho para las sopas hasta cuy muerto o vivo dependiendo de la elección del comprador. Tampoco escasea una importante variedad de quesos y chocolates repartidos en diferentes pasillos que se cruzan con la oferta de San Pedro, usado para fines espirituales.
En las afueras de Cusco aparece solitario e inmenso el Valle Sagrado. Desde allí los Incas iniciaron la peregrinación en busca del lugar exacto
que culminó con la fundación de Cusco. No hace falta intentar comprender cómo un lugar así puede considerarse sagrado. Solo basta contemplar. El silencio es la música perfecta, cada instante dura una eternidad, los límites se desvanecen ante semejante paisaje. Desde las alturas se perciben las ruinas de Pisaq, ubicadas al este del Valle. Al pie del cerro se alza uno de los tantos reductos que los españoles construyeron para controlar a los Incas y todavía funciona un mercado en el que prevalece el trueque. Más arriba, en lo alto de la montaña, se hallan sitios arqueológicos incaicos, verdaderas creaciones técnicas para controlar la agricultura, el tiempo y las festividades. A unos 20 km, se erige Ollantaytambo, un asentamiento edificado como una fortaleza que incluye un templo, ándenes y un sector urbano. Es llamado Pueblo Inca vivo, sus habitantes mantienen usos y costumbres de sus raíces milenarias. Se integran a la naturaleza, no la destruyen; veneran a su entorno y convierten en dioses a cada recurso natural indispensable para la vida. Entre ellos solo subsiste el trabajo colectivo, impera la solidaridad y se desdeña la competencia.
La ciudad de Cusco susurra, invita a envolverse en su encanto, en aquello que se puede vislumbrar ante la simple vista humana. Pero también seduce por aquello que permanece detrás de sus paredes, debajo de sus tierras, oculto en la atmósfera y el simple hecho de descubrirlo despierta la sensación de vivir en otros tiempos, en un sueño que atrapa e incita a no despertarse jamás.

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