ENTREVISTA / disertamos sobre música con Daniel "Alambre"González


Guitarra hay una sola


Si pudiéramos dar cuenta de la calidad y cantidad de músicos, y en especial guitarristas, que ha dado nuestro país, no alcanzarían las hojas de esta revista para citarlos a todos. Sin embargo, algunos se han destacado por sobre otros. Producto del esfuerzo personal, una pizca de fortuna y un apasionamiento que trasmite al momento de interpretar su instrumento, el violero Daniel “Alambre” González, se ha convertido en una referencia insoslayable a la hora de hablar de rock y blues en la Argentina.

Por Agustín Zeoli

Ni bien se ingresa al departamento, se observa una biblioteca repleta de discos y Dvds, además de una importante cantidad de guitarras. Alambre nos invita a pasar y comenta gustoso que acaba de terminar de grabar su nuevo disco, “estamos tocando un poquito más funk-rock, siempre rotando con músicos amigos”, dice mientras se acomoda frente al grabador. Consultado acerca de su nuevo trabajo, explica que no considera que el suyo sea un proyecto solista, la plata se divide como si fuera un grupo, y lo sintetiza: “Si están en las malas, también en las buenas”.
“Trataremos primero de sacar el disco de manera independiente, y en caso que funcione o tenga una movida interesante, recién en ese momento negociarlo con alguna compañía. Pero hoy por hoy, las discográficas ya no son como antes. Si bien el negocio nunca benefició al artista (siempre fue para la compañía), ahora es más difícil; en el pasado al menos tenías una seguridad en la difusión, pero ya no. Por eso lo mejor es tocar en vivo”, nos confirma este versátil guitarrista acostumbrado a ser invitado de músicos tan disímiles como Mercedes Sosa, Divididos o Lito Vitale.
¿Qué sucede con las bandas nuevas?, Alambre asegura que “hay grupos que transan con PopArt y que deben ceder el 30% de los shows, como si fuera una agencia de ventas. Si te llevan a un festival, la planilla de intérprete o de SADAIC, se la quedan ellos; es decir que siempre vas a pérdida, lo que pasa es que antes la pérdida era compartida, en la época del vinilo, te podían fabricar al menos con dos números de serie, entonces vos sabías que si vendías 50 mil discos eran 100 mil. En la actualidad con la piratería es distinto; por eso está bueno que vos tires un disco en Internet y te lo bajes, porque es la única manera de difusión que tenemos”.

¿Cuál fue el primer recital que recordás haber ido?
A uno de Manal, lo vi colgado desde una ventana en el Centro Montañes (sito en colegiales); lo tenía a Medina (Alejandro) pegadito al lado mío. Me acuerdo que esas diez cuadras de vuelta a mi casa volví pensando “quiero ser eso”. Después agarré mi guitarra criolla, le puse cuerdas de acero hasta que voló el puente a la mierda (risas). Y ahí empecé a ver a Pappo, La Pesada del Rock and Roll, etcétera.

¿Qué música se escuchaba en tu casa?
Mi viejo disfrutaba mucho del folclore, te estoy hablando de los 60, que era la época de oro de ese estilo de música. Yo vivía en Colegiales, en Maure y Delgado. Cuando era pibe me gustaban los fierros, y laburaba en un taller mecánico cerca de casa. Un día apareció un gordo con pelo largo, en una moto Harley-Davison. Y veía que yo me cruzaba enfrente a escuchar una banda que me volvía loco. “¿A vos te gusta esa música?”, me preguntó. La cuestión es que me regaló Isla de Wight de Hendrix. Ahí se me partió la cabeza, no sabía que era eso pero me mató. Entonces comencé a descubrir bandas como Manal y Almendra.

¿Cómo te relacionaste con Pappo?
En el 78, tocaba con Juan Rodríguez (ex batero de Sui Generis y Polifemo), que también era del barrio. Recuerdo estar en el Ritz, que era un cine de Lacroze y Cabildo, el único lugar donde se proyectaba Woodstock todos los fines de semana. Habré mirado esa película unas veinte veces (risas), pero era la única manera de ver videoclips. Se aplaudía y todo, era como estar escuchando al artista en vivo, una cosa de locos. Ahí se hizo el primer show de Polifemo, conozco a Juan Rodríguez cuando se separa Sui-Generis y un día vino Pappo a tocar, y nos llevó a a la Cárcel de Devoto, hicimos un recital para los presos. Ahí toqué con él, además de Alejandro Medina en bajo y Juan Rodríguez en bateria. Para mi era acariciar el cielo con las manos.

Sorprende Alambre cuando dice que nunca tomó clases de guitarra, siempre fue autodidacta. Y expresa su visión de lo que la música significó para él en sus primeros años: “Uno tenía esta pasión que también era una forma de agarrarte del mundo, un salvavidas. Llamale quilombos familiares, quilombos sociales, la época de los setenta, entonces vos lo que hacías era meterte en un mundillo, una forma de protegerte. Si analizamos la época de la dictadura, uno siempre se hace un replanteo, ‘¿Qué pasó conmigo en esa época?’. Bueno, yo tenía 18 años y a esa edad tenés ganas de expresarte. No había ni contención social, ni familiar por todo lo que se vivía en aquel momento. Uno no quería ver lo que sucedía a pesar de que muchos amigos del barrio eran desaparecidos. Fue una época durísima en la que encima te encapsulabas más.

Leyendo tus letras se observa una lectura del barrio, quizás otros aspectos distintos respecto a lo que puede hablar una banda joven, hablás del travesti, de la sopa caliente, etcétera. Resaltás otras cosas que no es la de los grupos barriales actuales, que hablan más de la cerveza, la esquina…
Sí, quizás tengo una letra más picaresca, algo tanguera. Yo no puedo renegar de mi pasado, entonces quizás hoy miro estas cosas del barrio pero desde mi óptica, tengo esa cosa setentona de la que no puedo despegarme. No es que tenés que quedarte con lo viejo o con lo nuevo, son diferentes vivencias que luego se vuelcan en otra manera de escribir las letras. Lo que pasa es que hoy por hoy se saca mucha chapa del reviente. Y los medios hacen marketing de todo esto. No me gusta los músicos que buscan provocar y no saben ni ellos que quieren provocar.

Alambre se reconoce muy abierto a la hora de hablar de gustos musicales: “El año pasado fui a ver a Bela Flecks y me mató, trato de escuchar de todo, cuando viene gente del blues, del jazz, del rock. Creo que la música, si bien es parte de la cultura de un país, está más allá de las fronteras, de acá o de allá. No importa de donde sea”, suelta Alambre, un músico a todo terreno que sigue transitando su camino de libertad musical sin ataduras comerciales ni cláusulas contractuales, simplemente rodeado de amigos; como cuando encordó su primera guitarra.


¿Cómo fue tu experiencia de grabar en Abbey Road?
Para mí, que lo más lejos que estuve fue en Chile y Brasil, viajar a Inglaterra fue increíble (risas). Por suerte se dio la posibilidad de acompañar a los chicos de Divididos, un regalo del cielo, y caminar por donde estuvo Jimmy Hendrix, estar sentado en los escalones de Abbey Road pensando en los monos que pasaron por ahí, es fuerte. Toda esa magia te pega; encima escuchar a Divididos haciendo Voodoo Chile en el mismo estudio; realmente Ricardo la toca con el espíritu de Hendrix. Se siente esa mística de los años ‘70 en el aire, difícil de explicar.


Conociendo a un tal Luca Prodan…
En el año 1979, el músico Juan Rodríguez llevaría a Alambre a zapar con unos pibes: los hermanos Mollo. A los pocos años, en el mismo sótano, ensayaría Sumo. “Empezamos a experimentar, todo bien, pero al final se originó un vicio de ensayar demasiado y no salir nunca a tocar. Lo bueno es que ese sótano era un caldo de cultivo para cosas nuevas. En ese momento, yo estaba con la cabeza muy estructurada, todo debía estar perfecto. Me acuerdo que Diego Arnedo me presentó a Luca Prodan. Cuando llegamos a la casa, estaba el pelado re loco, con una inglesa que tocaba la batería (primera baterista de Sumo, Stephanie Nuttal), y todo me pareció muy caótico, incluso musicalmente. En realidad todavía no me había dado cuenta que acá Luca venía a romper un molde”

1 comentario:

Anónimo dijo...

bfuaaaaaaaaaaaaaa