DEL HADA Y EL SOL

Por Emiliano Bezus Espinosa


Suave. Roza las hojas con la delicadeza de un hilo de agua. Su cuerpo desnudo busca el Sol. La tierra, revuelta luego de la tormenta, absorbe silenciando las pisadas. Descubre sus manos. Dedos frágiles intentando cazar el aire. Tenacidad en cada maniobra, cubierta de dulzura que hace tambalear a su espectador. Como pompas de cristal sus hombros brillan, deslizando una perla de savia que cae hasta su pubis. Ningún animal se aleja a su paso, las flores celebran su caminata. Adentrándose en el bosque, asoma la tierra seca. Sombras verdes que la borrasca no atrapó. Se endurece la planta de los pies, pasa el tiempo; algunas oscuridades agrietan el corazón. Vista levantada, buscándolo.
Inmensas copas ancianas de vagar, comienzan a sentir el soplo del deseo. El Sol empuja desde arriba. Moviéndose en una cueva de árboles, desafiando al frío oscuro, con las alas retraídas avanza. Aumenta la sed, aumenta la respiración, aumenta la duda. Más fuerza desde la estrella. Perecen algunas hojas, otras más se contagian destiñendo su verde. Muertas se contraen al soltarse de las ramas. Uno a uno, pacientes y constantes, los rayos encuentran el árido terreno. Las alas empiezan a percibir vida.
Su cuerpo recepciona el fulgor que la acaricia. Aumenta la temperatura. Una gota de sudor comienza su recorrido. Retando al tiempo, una y otra vez se desliza por la boca, con vida propia salta a sus senos. Los dibuja nuevamente, admirando la creación primera. Más brazos suelta el astro, más hojas caen, más gotas de sudor la atraviesan. Despacio, maniobrando la respiración.
La panza. Cuenco de vida futura. Sueños gestados en el más profundo amor de dos seres, hallándose en circunstancias que la razón nunca entenderá. Bailan gotas y rayos, descubriendo la entrepierna, perdiéndose en la profundidad de lo indescifrable. Algunas siguen de largo, surcando los muslos hasta su fin desembocan en tierra seca. Agradecida ésta, recobra sus ganas, se humedece, contagia al resto de sus miembros y todo se une en un mismo calidoscopio.

Sus ojos aún lo buscan. Se esconde, se aleja, vuelve, se deja atrapar. Acepta las reglas penetrando las copas de los árboles, estallando en una lluvia verde. Se tensan las alas, su suavidad deviene en firmeza, los rayos se potencian, los hombros ceden, miles de gotas traspasan la tierra. Elevándose, cintura rodeada de hilos dorados, alas envolviendo la esfera de fuego y.... se acaba… descienden, final, vacío de segundos..


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