EDITORIAL

Haití y Honduras, dos caras de la misma moneda

Semanas después de ejecutarse el Golpe de Estado en Honduras el 28 de junio de 2009 la CNN se refería al gobierno de Facto como “gobierno de transición”. Por otro lado, con respecto a las consecuencias que tuvo el terremoto en Haití, podía leerse en la pantalla de diversos canales de aire y de cable: “Tropas de EE.UU. desembarcan en Haití para asegurar ayuda”. En relación a este tema es necesario realizar un planteo ¿Por qué los efectos de las tragedias naturales en los países dominantes no son del mismo calibre que lo sucedido posteriormente al terremoto en territorio haitiano? Viajemos cinco años atrás ¿acaso desembarcaron tropas militares extranjeras en la ciudad de New Orleans en pos de “ayuda humanitaria” por los destrozos que dejó el huracán Katrina? No, en absoluto, ni con la imaginación más aguda llegaríamos a una escena de tal calibre.

Causa impotencia saber que era una costumbre -incluso días antes del terremoto- que las familias de bajos ingresos adquiriesen en el mercado galletitas hechas a base de barro y azúcar. Sin embargo, nunca hubo ni recitales ni eventos “solidarios” ni partidos de fútbol para solucionar semejante situación. No se escuchó tampoco a ningún político norteamericano decir lo mucho que le importaban las victimas de Haití ¿Será que comer galletitas de barro no es ser una víctima? ¿O hay que pecar de idiota y creer que ellos no son concientes de ser los principales responsables de lo que sucede en aquel país?

Los organismos internacionales durante décadas se dedicaron (y se dedican) a llevar a cabo políticas coercitivas especialmente contra los pueblos que nuclean a Latinoamérica y el continente africano. En Haití tanto el gobierno de Bill Clinton como el de Barak Obama (dos multimillonarios que gritan a los cuatro vientos “la necesidad de ayudar al pueblo haitiano” tras el desastre) se empeñaron en plagar el mercado con arroz (principal alimento comercializado en Haití) y estrategias neoliberales. Esta actitud de los actuales yanquis samaritanos generó la suba de los precios a nivel local, la caída de la producción nacional y el aumento constante de pobres e indigentes.

Por su parte, Honduras es un conejillo de indias más en Latinoamérica. Es el tercer país más pobre de la región, detrás de Bolivia y Haití, por supuesto. Ha sufrido golpes de Estado a lo largo de toda su historia. Los gobiernos, tanto democráticos como de facto, transaron a mansalva con Estados Unidos y las políticas impulsadas por el FMI. La producción y exportación de bananas, de las que depende su economía, deja al país en una situación complicada. Éste producto no tiene valor agregado y además requiere poca mano de obra.

La United Fruit (hoy conocida como Chiquita Brands) monopolizó la producción y venta de bananas y se transformó en la principal latifundista de Centroamérica, gozando de puertos, aduana y policía propia. La Standard Fuit Company y la Coyamel Fruit también son compañías que explotan a su gusto al pueblo hondureño. De todas formas, esta situación no se aleja demasiado de la realidad política y social que en la actualidad vive el resto de América Latina.

Es imposible no esgrimir sonrisas irónicas al escuchar a Roberto Micheletti (hoy sucedido por Porfilio Lobo) hablar de “paz y tranquilidad”, cuando en los primeros días del Golpe fueron asesinados militantes opositores. No obstante, toda la hegemonía imperialista se llena la boca con palabras que suenan lindo: “democracia”, “igualdad”, “libertad”, “erradicación de la pobreza”, y así podríamos seguir eternamente. Sin embargo, los pobres en Honduras superan el 70 por ciento, en Haití aún son más.

Cabe preguntarse si vale la pena haber escrito estas líneas sobre dos de los países más pobres de Latinoamérica ¿Se convertirán en trazos de un bloque textual ahogado en un mar repleto de cobertura mediocre y costumbrista a la que la mayoría de los medios masivos de comunicación nos mantiene habituados? Tal vez sí, pero es más fuerte la necesidad de contar una historia diferente a la que se nos presenta a diario cuando decidimos usar el control remoto o leer las diversas secciones de un periódico.

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