INFORME / educación


Crisis en las escuelas populares bonaerenses
A partir de la experiencia de uno de los cronistas al frente de una clase, se reflexionará sobre la característica arcaica del docente tradicional, que dicta clases en instituciones integradas por estudiantes del ámbito popular, en donde se vislumbra un desfasaje entre la práctica docente y los intereses de los alumnos.
por Juan Pablo Manente y Emiliano Bezus Espinosa
Simbiosis
Las modificaciones estructurales que atraviesan a la sociedad contemporánea, modifican las relaciones entre individuo y sociedad. Así es que en esta relación la sociedad moldea la conducta de los individuos mediante un proceso de socialización en el que constituye sus subjetividades, siendo ésta, en palabras de la politóloga argentina Guillermina Tiramonti, la incorporación de lo social que define las costumbres, las aspiraciones, valores e intereses. A partir de esta concepción el individuo es una composición de la sociedad. Por lo que el sujeto asistente a la escuela contemporánea, no es el mismo que el de los inicios históricos de la escuela, cuando ésta fue creada por los Estados nacionales con el fin de poder legitimarse. Las sociedades no son las mismas, por lo tanto, los individuos no serán los mismos; ni docentes ni estudiantes.
La escuela
Una ESB situada en el partido de San Martín, noroeste del conurbano bonaerense, fue el lugar de la experiencia. Aquí uno de los cronistas dictó la materia de Lengua en el curso de 1er año. Aclaremos que en estos últimos años el sistema educativo ha sufrido cambios tanto en lo que respecta al nivel primario como al secundario. A las transformaciones que existieron en la década del ´90, en donde se creó la Escuela General Básica (7°, 8° y 9°) y la Polimodal (1er, 2ndo, 3er), se sumaron nuevas modificaciones que terminaron por incorporar definitivamente séptimo grado al secundario (es decir que después de varias reestructuraciones, lo que antes de la Ley Federal era 7° grado de primaria, en la actualidad es 1er año de secundaria). Es muy común, que un estudiante (y más de un docente) no sepa si se encuentra en 7º grado de la Escuela General Básica (EGB), en 1er año de la Escuela Secundaria Básica (ESB) o en 1er año de Secundaria.
La cantidad de alumnos del curso en cuestión era de 20 en total, aunque en la mayoría de los encuentros sólo asistían a clase entre 10 y 15 estudiantes; de los cuales sólo tres eran varones, el resto se trataba de mujeres. La edad promedio rondaba en los trece años, aunque algunos tenían catorce o más porque habían repetido de grado.
Es pertinente destacar que aquí existe una alta deserción escolar (no sólo de parte de los estudiantes sino también de los profesores), hay una relación tensa entre docentes y alumnos, y la institución claramente es un lugar de contención en lugar de aprendizaje.
Es evidente que los estudiantes de sectores populares se aburren terriblemente en las aulas pero ¿por qué? En principio porque lo que expresan la mayoría de los docentes poco tiene que ver con la realidad que viven los alumnos: la violencia familiar, las drogas y la delincuencia, no es algo que la escuela pueda solucionar por ella misma; pero probablemente, si la institución lograra interpelar desde otro lugar, podría convertir la tensión hostil entre profesor y estudiante en un contexto más productivo tanto para el alumno como para el docente. Pero como se deja entrever, no es un proceso libre de obstáculos. En este sentido, la escuela no puede dejar de lado los cambios en materia económica, social y política que se manifestaron desde 1976 en adelante. El neoliberalismo ha expulsado a un importante sector de la población a un costado del camino. El incremento de la pobreza, los ajustes salariales, la ola de privatizaciones han dejado a la deriva a una masa significativa de chicos (como también a sus padres) que en la actualidad ven en la escuela pública una posibilidad de tener el hogar que nunca tuvieron.
El docente contemporáneo debe dar respuesta a la diversidad que vive la escuela, así como el manejo de los conflictos sociales que penetran en ellas. La adquisición de herramientas por parte del profesor mediante la capacitación, es fundamental aquí, pero al mismo tiempo que el docente debe estar preparado para atender las diferencias que presenta cada escuela según su situación y contexto social, ¿no debería la formación docente, también atender dicha diversidad al momento de formar profesionales? ¿Se puede formar de la misma manera a un profesor que va a desempeñarse en una escuela privada a la que asistan estudiantes provenientes de sectores altos, que al que dicta clases en una escuela que tenga como mayor población estudiantil, jóvenes provenientes del ámbito popular? ¿Se le presenta a cada uno de estos docentes, las mismas situaciones de diversidad?
¿Educación?
En este punto es indefectible preguntarse ¿qué es educación? Se estará de acuerdo que ésta no es (o al menos no tendría que serlo) un sujeto que busca moldear a otro a su gusto y semejanza. Sería interesante pensar la educación como un proceso en el cual se busque llegar a un otro a través del diálogo, pero no de un diálogo que plantee jerarquías, sino de un desarrollo intersubjetivo, en el que el profesor sea conciente que él mismo se encuentra adquiriendo un aprendizaje en el momento en que da clases a los estudiantes. Pero es necesario que no lo oculte, al contrario, que lo manifieste en cada oportunidad que se le brinde.
Según el sociólogo francés Francois Dubet la escuela, además de ser un aparato de reproducción social, es también un aparato de producción social. Si desde esta conceptualización teórica, la escuela es comprendida como fabricante de determinados tipos de actores y sujetos sociales, dicha categoría es difícil de aplicar en el contexto de las escuelas populares. Se vislumbra, en este caso, que la escuela es un mero contenedor temporal de los estudiantes para que éstos, no se encuentren deambulando por las calles. El mismo Dubet hace hincapié en la resistencia que se origina en los establecimientos escolares a los problemas amenazantes del exterior, lo cual logra apartar a los estudiantes de la participación en la actividad escolar. Y así, tanto el estudiantado como sus problemas, siguen siendo exteriores a la escuela. Varios de los docentes de la ESB del partido de San Martín actúan de esta manera, logrando esa desvinculación del establecimiento con los alumnos y sus problemas. Ahora, recapitulando estos últimos conceptos, si la escuela no es una fábrica de actores y sujetos sociales, si la misma se convierte exclusivamente en una institución de contención sin ninguna intención de construir algún tipo de aprendizaje, si el docente se vincula con el estudiante con el objetivo de lograr la paz durante dos horas cátedra, a cualquier precio; ¿para que sirve la escuela?, ¿cuál es su objetivo y función?, ¿cuál es la función social del docente? Desde esta caracterización de la escuela y el docente; ¿no ejerce la escuela la capacidad de colaborar y acrecentar la exclusión social que el estudiante arrastra desde el exterior del establecimiento? Es Dubet quien argumenta que “la escuela tiene también el poder de destruir a los sujetos, doblegarlos a categorías de juicio que los invalidan; desde el punto de vista de los alumnos la educación puede tener sentido… y puede asimismo estar privada de él”.
¿Cómo no sentirme así?
En cuanto a la sala de profesores de la ESB analizada, se desarrollaban allí los procesos de catarsis por parte de los docentes:
- A mi los chicos se me van del curso. Yo no tengo problemas en que salgan y se maten, pero que no lo hagan en el medio de mi clase, porque el que voy preso soy yo- sentenciaba el profesor de Biología.
- Sí, no hay nada que les interese, nada los estimula- esgrimía otro de los docentes.
Tal vez -y con esto se trata de encontrar alternativas que surtan más efecto- haya que romper ciertas reglas establecidas como naturales: clases extensas de dos horas; que los alumnos permanezcan sentados durante la misma cantidad de tiempo; evaluaciones constantes, notas disciplinarias, etcétera.
En charla con la Directora, ésta sugirió que el docente dicte en clase los contenidos, de éste modo los estudiantes al menos permanecerían callados:
- Si es posible dictales durante las dos horas- esgrimió la autoridad.
- En todo caso se podría dictar algo durante cuarenta minutos y después intentar hacer una explicación.
- Eso lo decidís vos, pero acá el noventa por ciento de los profesores terminan dictando y nada más.
En este punto comienzan a desarrollarse lo que se denominan las “clases trámite”, en donde lo único que se busca es cumplir con el horario para poder cobrar sin problemas el salario. Al no encontrar ni el docente ni la institución otras alternativas se opta por naturalizar “el dictado” como método pedagógico. Sin embargo, transcurridas las dos horas el estudiante no entenderá muchas de las palabras que copió en su carpeta. Y el docente, seguramente, se preguntará si realmente enseñar era su vocación.
…si ese perro sigue allí
A partir de esta experiencia se puede argüir que es necesario incorporar cambios radicales en las escuelas a las que asisten sectores populares[1]. En esta línea es una posibilidad pensar actividades recreativas, con contenidos que incluso puedan llevarse a cabo fuera del aula. Es más, una alternativa sería que los mismos estudiantes participen del armado de esas actividades junto a los profesores.
Es en este punto, Dubet argumenta que la escuela justa es la que debe ocuparse de los que él llama los “vencidos”, sin tratar de cuestionar el principio de igualdad de oportunidades, sino proponiendo reflexionar sobre los medios para acercarse a este principio de otra manera. Esta igualdad de oportunidades sería dada por la eliminación de las desigualdades sociales, ahora, para garantizar esta igualdad individual de oportunidades, por lo menos en lo que al territorio y contexto escolar refiere, el sociólogo francés fundamenta como requisito indispensable el contar con modificaciones por parte de los docentes. Modificaciones que implican una vinculación real y duradera con los estudiantes.
Sin descartar la importancia de la tiza y el pizarrón, es importante acompañarlas con otras herramientas que innoven en la pedagogía. Y con esto no sólo se hace hincapié al ingreso necesario de la tecnología en las aulas, sino a la posibilidad de lo lúdico, de romper de una vez por todas con el verticalismo. Obviamente no es nada fácil, pero sin duda que sin el apoyo institucional todo se hace cuesta arriba, y es aquí donde la responsabilidad intelectual del debate entre los principios y las prácticas educativas es, justamente, un asunto político.


[1] En lo que respecta a otro tipo de instituciones a la que asisten sectores de clase media / media alta exceden el análisis aquí presentado. No obstante, creemos también necesario pensar las transformaciones posibles al universo del sistema educativo.

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