EDITORIAL

EL CUENTO DE LA BUENA PIPA

Es ineludible no empezar este editorial hablando del Bicentenario. Poner en primer plano semejante acontecimiento no obedece a seguir la agenda dictada por el conglomerado de medios masivos. Implica varias cosas: por un lado, problematizar que sucede con esta fecha tan llena de simbolismos que se instala en cualquier debate o charla de café ¿Por qué para muchos la única manera de aludir a la nacionalidad remite al festejo de los goles de Messi en el Barcelona? Casualmente o no, el 2010 coincide con varios mundiales de distintos deportes, donde el de fútbol concita la mayor atención en todo el globo. Quizás todo lo que conlleva festejar un bicentenario de un país excede lo simbólico y necesita una mayor profundización política (cada vez más ausente en los multimedios). A lo largo de nuestra historia, distintos relatos se conformaron de acuerdo a los intereses en pugna. Para muchos, la nacionalidad es un férreo relato construido en pos de legitimar un modelo de país, ya sea de tinte peronista, radical o socialista. Es posible suponer que existe algo que sea identificable como argentino, aunque eso lleve a repensar los análisis y relaciones que anudan nuestra historia. Se han consumido litros de tinta en dar cuenta de ese ser nacional, a veces heterogéneo o no, que presume una argentinidad, pero ¿Por qué habría de ser necesario exaltar una idea de nacionalidad si nuestro país formaría, en términos de algunos, un eslabón más de la Patria Grande latinoamericana? ¿Acaso la globalización (o “transnacionalización del capital y apertura de barreras comerciales”, según dicta la Organización Mundial de Comercio) no contribuyó a homogeneizar las diferencias culturales que existían alrededor del mundo? Tenemos que aclarar que tanto el primero como el segundo de los interrogantes contienen verdades a medias. O en todo caso, opacan segundas lecturas. Es cierto que tal como ocurrió con varias colonias, las potencias privilegiaron sus intereses sin importarle los pueblos, tradiciones y culturas originarias y se encargaron de delinear fronteras bien claras que ahuyentaran la posibilidad de una gran América unida. En otro plano, la expansión neo-liberal intentó (intenta) diluir las diferencias, lenguas y creencias en pos de lograr una única matriz de pensamiento, modelo de estado y formas de consumir cultura. Pero si creemos que toda idea de nación está asociada a un territorio en común, lenguaje compartido y formas de pensar que constituyen ese modelo de país, ¿Cómo hacer para que cada sujeto que habita este suelo sienta una pertenencia propia si justamente la mayor parte del territorio se encuentra en manos manchadas de sangre? ¿Qué tipo de independencia existe en un país que carece de los principales resortes de la economía?

Por eso es paradójico pensar algún tipo de ligazón o sentido de pertenencia a un territorio donde parecería que sólo es posible ser pura subjetividad ya que nos restringieron la posibilidad de concebir el espacio geográfico como propio, un pedazo de tierra donde nos reconocemos como argentinos y dentro del cual vivimos. Nos sacaron el fundamento material que da precisamente el sentido de pertenencia.

En el mismo plano, es frecuente escuchar en los medios que necesitamos “un proyecto de país como pensó la generación del 80´, un modelo de desarrollo agroexportador similar al de la actualidad (con algunas variantes) que posibilite insertarnos en el mercado mundial como fiel espectador”. En pocas palabras, un proyecto que hizo que hoy estemos como estamos (más de un tercio de los habitantes bajo la línea de pobreza).

A través de las páginas de este ejemplar, esperamos contribuir a un debate sincero sobre una cuestión tan nebulosa como es lo nacional y el bicentenario, donde múltiples explicaciones convergen y estallan.

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