INFORME/ el movimiento afrocultural

“No es una cuestión de color de piel sino de conciencia humana”

A unas cuadras de la opulencia de Puerto Madero, en el barrio de San Telmo, unas cuantas familias de afrodescendientes le dan vida a un centro cultural. Allí resuenan y resplandecen los estandartes de una cultura que lejos de haberse extinguido deambula en forma de resistencia.

por Azul Gelman y Juan Manuel Giraldez

En su voz templada subyace una furia opaca, centenares de luchas, siglos de opresión, explotación e injusticias. Su mirada alumbra esas páginas de la historia que han intentado borrar, épocas en la que arribaban los barcos al Río de La Plata cargados de esclavos negros que la oligarquía rioplatense adquiría como productos. “Acá caminaban mis negros, los hacían ir hasta Plaza Dorrego y después me los subastaban”, relata mientras señala la calle Defensa, en San Telmo. Así, hace suyos a sus descendientes como una forma de demostrar que los lazos que lo unen a esos antepasados permanecen latentes. Y al hablar de sus orígenes, es determinante. “A nosotros nos tocó nacer en Montevideo pero tenemos una ascendencia que nos remonta a más allá. Como producto de un comercio esclavo de venta nos tocó nacer en Montevideo”, describe definiéndose afro antes que uruguayo.

Diego Bonga es uno de los más antiguos referentes del Movimiento Afrocultural que comenzó a tomar forma a finales de los 80’. Tras arduos años de lucha para concientizar a los suyos y de incesantes persecuciones, hoy el movimiento tiene su casa en el Centro Cultural Defensa. Se hacen cotidianas las clases de candombe, capoeira, percusión, armado de instrumentos, danza afro y hasta ciclos de cine. De esa manera, el Movimiento Afrocultural, busca preservar su historia, así como reclamar y luchar por sus derechos y valores negados desde antaño. “Resistir a la influencia de otra cultura que nos quieren imponer, atravesada por un sistema que corrompe la estima, mata, enferma y roba”, resume de forma contundente Bonga.

“Acá estamos, existimos”

La doctora en filosofía Dina Picotti, en su libro La presencia africana en nuestra identidad desmitifica la creencia de que la comunidad negra poco influyó en nuestra identidad. “Lo cierto es que llegaron más de lo que se piensa e influyeron en diversos ámbitos de la historia de un modo más significativo de lo que se percibe o se quiere reconocer", escribe Picotti. Y mientras en los capítulos de la historia oficial los negros bajo la tiranía del estereotipo, vendían empanadas en las fechas patrias, los negros de carne y hueso trabajaban en los puertos, en las minas y ponían el cuerpo en las guerras. Las expresiones de su cultura han sido ocultadas incluso en el tango. En la exposición La historia negra del tango. Todo tiene su “historia negra”, pero de ésta estamos orgullosos, realizada en el Museo Casa Carlos Gardel en abril de este año, el antropólogo Pablo Cirio que ha investigado la cultura afroargentina, postuló que “el tango parte de un sujeto histórico concreto y vivo, el afroargentino, inconsulto por todo investigador interesado, amateur y profesional”. Incluso hizo referencia al “surgimiento del tango en un contexto donde los negros fueron artistas y protagonistas”. Más preciso aún es Juan Carlos Coria, quien escribe en la revista Quilombo:Del tradicional candombe se pasó a la habanera, para luego llegar al tango americano, sin olvidar al fandango, luego al tango argentino y desembocar más tarde en la milonga y finalmente en el tango. Esta sucesión de etapas superadoras tiene su tiempo cronológico desde la época hispana, pero para hablar de tango hay que llegar al último cuarto del siglo XIX.”

Así, a pesar de sus aportes, los afroamericanos fueron negados sistemáticamente. No tenían lugar en la diagramación europeizante de la sociedad. Su destino inexorable era el olvido. Ellos eran “el otro” que debía permanecer invisible.

Pero el afán de exterminar aquella otra cultura no fue del todo eficaz. A fines de los 70´, cuando se daba por muerta toda influencia afroamericana, en el barrio de San Telmo se volvieron a escuchar los ritmos del candombe a partir de la llegada de la comunidad afrouruguaya. Aún cuando la dictadura prohibió el carnaval, familias de afrodescendientes recorrían las calles de San Telmo que volvían a recibir el toque de los tambores. “Hoy la ciudad de Buenos Aires organiza desfiles, candombes, carnavales, todo eso lo ha rescatado ese pequeño grupo de familia que se juntaba los días festivos de la comunidad candombera”, anuncia Diego Bonga mientras desaparece momentáneamente para calentar agua para el mate.

De la esclavitud a los desalojos

La faena en la que se sumergió el Movimiento Afrocultural desde sus orígenes requirió de incesantes esfuerzos y compromiso. La integración social y la difusión del legado cultural de sus ancestros en una sociedad donde el Estado no escatimó energías para liquidar cada una de sus expresiones, no se vislumbraba como algo sencillo. Pero hubo un hecho que alimentó la percepción de que todavía los descendientes africanos en el país debían ponerse en pie de guerra. La muerte de José Delfín Acosta Martínez -uno de los pioneros defensores de los derechos de los negros (ver recuadro aparte)- cuando intentaba defender a otros afrodescendientes que eran reprimidos por la policía en 1996, evidenció que el sometimiento era cotidiano y la resistencia cobró impulso. El Movimiento Afrocultural ocupó en el dos mil una antigua fábrica de motores abandonada en Barracas y lo adornaron con su cultura. Durante casi diez años se dedicaron a recuperar su arte, su historia, su forma de vida hasta convertirse en el principal centro cultural afroamericano en Buenos Aires.

Pero una vez más el despojo entró en escena. Un supuesto dueño reclamó el espacio en 2005 y la orden de desalojo esperaba a la vuelta de la esquina. El movimiento agotó todas las vías legales hasta llegar al Estado. “Tuvimos que denunciar al Estado por no ayudarnos, porque lo que nosotros estábamos representando era algo legítimamente reconocido, ya que hemos rescatado la cultura afro aquí en Argentina”, recuerda Bonga con énfasis. Después vino un juicio que dictaminó una medida cautelar por la que hoy están ocupando el espacio en Plaza Defensa. Pero no es una solución definitiva. El juicio persiste y aún están esperando un fallo definitivo que les otorgue un espacio permanente donde desarrollar sus actividades.

Si bien Bonga desprende un halo de optimismo ante la futura resolución, todavía siente que la cultura afro no es respetada en toda su dimensión. Los mercaderes de la cultura solo ven en el Movimiento Afrocultural un motivo donde desplegar su oportunismo demagógico del que esperan réditos comerciales. Y Bonga lo sabe mejor que nadie: “Ellos quieren que el negrito con el candombe sea una animación para el turista, que el negrito firme su propuesta y que seamos empleados de ellos y seamos unos corruptos, unos prostitutos de nuestra cultura”. Son aquellos funcionarios incapaces de comprender que esta organización cultural ha rescatado algo mucho más valioso que va más allá de lo que puede ofrecer un folleto turístico. “Aquí se han formado principalmente activistas, militantes con conciencia de lucha por las reivindicaciones sociales que se necesitan. Y no es una cuestión de color de piel sino de conciencia humana”, cuenta Bonga abriendo sus ojos como una forma de reforzar sus propias palabras.

África mía

Cada una de las actividades que realiza el movimiento aporta un sentido particular en la cosmovisión afro-rioplatense pero fue a través del candombe y su representatividad que han logrado hacerse escuchar. El candombe logró atraer otras organizaciones y abrió camino para el reconocimiento. Pero al hablar de este género Bonga advierte no confundirlo con un carnaval donde sólo se baila y se canta para disfrutar y pasar un buen rato. Nada más alejado de las formas que toma el carnaval como mero espectáculo, objeto de consumo cultural. Rubén Carámbula en su libro El Candombe describe este género “como la supervivencia del acervo ancestral africano – de raíz bantú- traído por los negros llegados al Río de la Plata. El término, es genérico para todos los bailes de negros: sinónimo pues, de danza negra, evocación del ritual de la raza. Su espíritu musical trasunta las añoranzas de los infortunados esclavos, que súbito se vieron trasplantados a América (…) Eran almas doloridas, que guardaban incurables nostalgias del solar nativo, y buscaban liberarse con la danza”. Por su parte, Bonga busca explicar al candombe asociándolo con la “cultura de conventillo: ese lugar grande con muchas habitaciones de cuatro por cuatro, donde hay muchas familias que crían a sus hijos. Entonces uno golpea la puerta del otro y le pide un poco de azúcar y el otro tiene un poquito pero igual te da. Son valores de compartir, de respeto y humildad”.

Son esos mismos valores los que hoy sostienen al Movimiento Afrocultural en su tarea cotidiana. Si bien Diego Bonga se erige como el presidente del movimiento, él afirma que es solo un trámite burocrático para ser reconocidos legalmente y que en la organización no hay jerarquías. Están aquellos que dan clases de capoeira, danza afro, otros que fabrican instrumentos e incluso algunos saben hacer todo eso. “Lo que uno no puede hacer, lo hace otro. Tratamos de hacer trabajos también con gente de la villa 31, lugares de detención”, agrega Bonga en medio del sonido de los tambores que empiezan a escucharse.

Ayer. Hoy. Mañana veremos

En épocas de celebraciones, donde palabras como independencia, identidad nacional o patria resuenan por doquier, existen comentarios que sobresalen por una mirada compasiva ante los pueblos originarios o los esclavos negros pero predican que “ya es hora de mirar un poco para adelante”. Así, la acción de mirar únicamente hacia adelante es tratar de ver la nada misma, ver algo que no existe aún. Deshacerse de las causas históricas, naturalizar realidades mucho más complejas. Quizás resulta más fácil mirar un adelante inexistente, desconectado de las tensiones y conflictos del pasado. Observar algo que no es. Pero solo aceptando las reivindicaciones, los derechos y la visión de los sectores que han sido postergados desde siempre, conociendo y reconociendo experiencias se podrá empezar a comprender y concebir algún futuro un tanto más digno.

La vida de un luchador

José Delfín Acosta Martinez, afrodescendiente, nació el 21 de abril de 1963 en Montevideo y se radicó en Buenos Aires en 1986, cuando empezó a dictar clases de candombe en la Universidad de Buenos Aires, desarrolladas en el Centro Cultural Rojas. Allí, en 1988, organizó una jornada afroamericana y fundó el Centro Cultural Afro, para difundir las culturas negras del Río de la Plata.

En abril de 1996, es arrestado, torturado y asesinado por la Policía Federal, tras salir en defensa de un arresto ilegal de dos brasileños. La causa caratulada “Muerte por causa dudosa” se cerró rápidamente sin culpables pero gracias a su hermano se volvió a reabrir seis meses después. Se le realizó una segunda autopsia que arrojó como resultado profundos golpes en el cráneo, en la zona lumbar, brazos y piernas. Afortunadamente, se logró la reapertura de la causa e intervino Amnesty International, declarando a José Delfín Acosta Martínez, defensor de los derechos del negro. Sin embargo, su hermano debió exiliarse a España y pedir asilo político por las amenazas sufridas a raíz de haber continuado con la causa.



Fotos: Gentileza libertaria de la web.

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